Jean-Jacques Rousseau y Autor de los 80s

Jean-Jacques Rousseau
Jean-Jacques Rousseau (Ginebra, 28 de junio de 1712-Ermenonville, 2 de julio de 1778) fue un polímata suizo francófono. Fue a la vez escritor, pedagogo, filósofo, músico, botánico y naturalista, y aunque definido como un ilustrado, presentó profundas contradicciones que lo separaron de los principales representantes de la Ilustración, ganándose por ejemplo la feroz inquina de Voltaire y siendo considerado uno de los primeros escritores del prerromanticismo.
Sus ideas imprimieron un giro copernicano a la pedagogía centrándola en la evolución natural del niño y en materias directas y prácticas, y sus ideas políticas influyeron en gran medida en la Revolución francesa y en el desarrollo de las teorías republicanas, aunque también se le considera uno de los precursores del totalitarismo; incorporó a la filosofía política conceptos incipientes como el de voluntad general (que Kant transformaría en su imperativo categórico) y alienación. Su herencia de pensador radical y revolucionario está probablemente mejor expresada en sus dos frases más célebres, una contenida en El contrato social, «El hombre nace libre, pero en todos lados está encadenado», la otra, presente en su Emilio, o De la educación, «El hombre es bueno por naturaleza».

Que fue lo que hizo Rousseau?

El objetivo de este primer escrito era señalar abiertamente cómo el progreso de las ciencias y las artes se había encargado de corromper a la sociedad, su ética y moral.
Su segundo discurso Sobre los orígenes de la desigualdad, publicado en 1755, generó gran controversia tras ir en contra de las ideas del famoso pensador Thomas Hobbes.
Indicó que el hombre es bueno por naturaleza, sin embargo, es la sociedad civil con sus diferentes instituciones la que le corrompe llevándolo hacia la opulencia, violencia y la tenencia de lujos excesivos.
Rousseau está considerado entre los más grandes pensadores de la Ilustración francesa. Sus ideas sociales y políticas fueron el preludio de la Revolución Francesa. Por su gusto literario, se adelantó al Romanticismo y por sus conceptos en el campo de la educación, se le considera el padre de la pedagogía moderna.
Tuvo un gran impacto en la forma de vida de la gente de la época; enseñó a educar a los niños de forma diferente, abrió los ojos de las personas a la belleza de la naturaleza, hizo de la libertad un objeto de aspiración universal y fomentó la expresión de las emociones en la amistad y el amor en lugar de la moderación educada.

Rousseau y la pedagogía



Al igual que Aristóteles, Rousseau consideraba a la educación como el camino idóneo para formar ciudadanos libres conscientes de sus derechos y deberes en el nuevo mundo que se estaba gestando. Pero el se dio cuenta de que el sistema educativo imperante era incapaz de llevar a cabo esta labor.

Cuatro grandes principios psicológicos informan la doctrina pedagógica de Rousseau:
  1. a naturaleza ha fijado las etapas necesarias del desenvolvimiento corporal y anímico del educando. Claparede llama a este principio la “ley de la sucesión genética”.
  2. El ejercicio de las funciones en una etapa de la vida afirma y prepara el advenimiento y manifestación de las funciones ulteriores. (Ley del ejercicio genético-funcional).
  3. La acción natural es aquella que tiende a satisfacer el interés (o la necesidad) del momento. Rousseau ha comprendido admirablemente que la acción, incluso cuando da la impresión de ser desinteresada, viene a satisfacer una necesidad o un interés funcional.
  4. Cada individuo difiere más o menos en relación de los caracteres físicos y psíquicos de los demás individuos.
Rousseau establece por primera vez los llamados períodos de aprendizaje, ajustados a las edades del educando y pone de relieve que donde mejor aprende el niño a conocer a los hombres es en la historia. El maestro debe enseñar realidades y solo realidades. Los grandes postulados de su teoría pedagógica siguen vigentes.
Los principales postulados de Rousseau son:
  1. La educación debe centrarse más en el niño y menos en el adulto.
  2. Es importante estimular el deseo de aprender.
  3. La educación del niño comienza desde su nacimiento y debe impedirse que adquiera  hábitos de los cuales pudiera llegar a ser esclavo.
Rousseau descubre propiamente la infancia, los derechos del niño. Recomienda la necesidad de comprender al niño.
La naturaleza humana no es originariamente mala. Por ello, la primera educación debe ser negativa; no hay que enseñar los principios de la virtud o de la verdad, sino preservar el corazón del niño contra el error.
La educación del niño debe surgir libre y con desenvolvimiento de su ser, de sus propias aptitudes, de sus naturales tendencias. Para  tratar al alumno, se debe tener en cuenta su edad, poniéndolo en su lugar y reteniéndolo en él.
Rousseau destaca que no se debe dar una lección verbal al alumno, debe permitir que la experiencia sea la maestra. Así mismo, afirma que la única pasión natural del hombre es el amor de sí mismo, o amor propio, el cual resulta útil y bueno, pues permitirá que realice sus deseos y los satisfaga.
La razón y la memoria no se pueden desenvolver una sin la otra. Los niños no son capaces de juicio, pues no tienen verdadera memoria. Retienen sonidos, figuras, sensaciones, rara vez ideas, y más rara vez sus enlaces. Todo su saber se queda en la sensación y no llega al entendimiento: su misma memoria es poco más perfecta que las otras facultades, puesto que casi siempre es menester que vuelva a aprender, cuando son grandes, las cosas cuyas palabras aprendieron siendo niños
Rousseau propugnaba la soberanía del pueblo que identificaba solamente con los varones. Su concepción sobre las mujeres puede conocerse a partir de su tratado de educación femenina "El Emilio" donde cuestiona la igualdad que propugnaba ya que solamente incluía a los varones.
Autor de los 80s

La generación del 80, como grupo literario en Puerto Rico, surge del desencanto de la lucha fallida de las décadas anteriores de los sesenta y setenta, que se distinguían por sus grandes proyectos sociales y literarios; su denuncia de la lucha de clases, y por su contradiscurso con lo establecido por los grandes intereses y autoridades. La década del ochenta vio el choque de discursos de la era posindustrial y, en cierta medida, fue testigo de derrotas terribles como la de la huelga universitaria de 1981, la gobernación de Carlos Romero Barceló, el juicio por el Cerro Maravilla, los desalojos de Villa Sin Miedo, la tragedia de Mameyes en Ponce, el incendio del hotel Dupont Plaza, el huracán Hugo, la caída del socialismo, la posmodernidad y su industria cultural, y el plebiscito de 1989. Un poeta de la generación, Mario Cancel, alega que el resultado es la mirada irónica como forma de resistencia y la reafirmación en la individualidad radical.
Así los escritores del ochenta se ven condenados a la inmediatez, la mirada pesimista ante el futuro y su relación fallida con el pasado ante la falta de grandes proyectos o asideros; esto resulta en resistencia, ironía y burla como ejes temáticos y modos de discurso. Para sus autores, el compromiso se basaba en subvertir las concepciones en torno al erotismo, la figura de la mujer, lo patriótico; buscaban romper con los formalismos y posturas vanguardistas ya institucionalizadas.
Entre los escritores más reconocidos de esta generación se pueden mencionar a Edgardo Nieves Mieles, Rafael Acevedo, Mario R. Cancel, Carlos Roberto Gómez, Janette Becerra, Yolanda Arroyo Pizarro, Luis López Nieves, Mayra Santos-Febres, Eduardo Lalo, José Pepe Liboy, Carmelo Medina Jiménez, Frances Negrón Muntaner, Daniel Torres, Alberto Martínez Márquez, Kattia Chico y Juan Carlos Quintero. Estos autores en su mayoría aún publican y experimentan tanto con la poesía como la narrativa y la ensayística. Algunos fungen como profesores universitarios o columnista de la prensa, lo que les permite exponer sus escritos de modo amplio, así como abordar y acercarse a las generaciones incipientes de escritores.
Son destacables las repercusiones de Luis López Nieves como gestor del programa de maestría en Creación Literaria de la Universidad del Sagrado Corazón; y de Mayra Santos-Febres, quien a través de la entidad sin fines de lucro, Salón Literario Libroamérica, impulsa el Festival de la Palabra, un evento que trae a la isla numerosos escritores locales e internacionales y los enlaza con escuelas de diversos niveles y el pueblo. Ambos son narradores reconocidos internacionalmente, aunque Santos-Febres también destaca como poeta, ensayista e incluso ha trabajado el drama. Entre los textos más reconocidos de López Nieve se encuentran: El corazón de Voltaire y Seva; y entre los más reconocidos de De Santos-Febres: Pez de vidrio, Sirena Selena vestida de pena, Fe en disfraz y Nuestra señora de la noche. Ambos narradores trabajan con precisión y elegancia la novela histórica y ofrecen nuevas lecturas al devenir histórico en las dimensiones de la raza, el coloniaje y los roles del género.
En las coordenadas de género y raza destaca Yolanda Arroyo Pizarro, quien elabora temas de la sexualidad y la negritud desde la perspectiva femenina. Sus obras más reconocidas a nivel internacional son Las negras, Lesbofilias y Violeta, entre muchas otras.
Alberto Martínez Márquez, por su parte, es un gestor encomiable, su revista Letras Salvajes ha servido de enlace entre las voces hispanas. Además, su poesía posmoderna, bien pensada e irreverente, cuestiona las nociones de la poesía misma, de la tradición puertorriqueña y del canon. Precisamente junto con Mario R. Cancel editó y curó la antología El límite volcado. Antología de la generación de poetas del ochenta, una colección de valor historiográfico inigualable.
Janette Becerra se ha destacado por los galardones que ha recibido. En 2001 publicó Elusiones, este poemario estremecedor fue considerado por El Nuevo Día como uno de los mejores del año. Luego presentó una colección de cuentos sagaces: Doce versiones de soledad, el cual obtuvo primer premio del PEN Club de Puerto Rico y segundo en la categoría de creación del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Además, recibió uno de los premios más importantes de literatura juvenil, “El Barco de Vapor” por la novela Antrópolis en 2012, y el Premio Internacional de Cuento del Instituto de Cultura por Ciencia imperfecta. Becerra ofrece juegos vitales con la palabra y con la percepción del tiempo, el dolor, la soledad y la verdad misma.
De entre los escritores galardonados destaca mundialmente Eduardo Lalo. La isla silente, Los pies de San Juan, La inutilidad, donde, Los países invisibles, El deseo del lápiz y Simone son sus obras, algunas en las que combina la foto como elemento discursivo y central del texto. Recibió el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2013 por Simone, un galardón que lo situó como escritor y que atrajo la mirada mundial sobre la literatura puertorriqueña. Lalo cuestiona los medios de expresión, los espacios urbanos y psíquicos, y la propia literatura puertorriqueña desde el tema de la invisibilidad.
La generación del ochenta destaca por su diversidad, al punto de que críticos como José Luis Vega no la catalogan como una generación literaria en el sentido tradicional. Ese carácter heterogéneo se perfila en escritores como Edgardo Nieves Mieles, quien juega con los temas y estilos propios posmodernos, al tiempo que dialoga con la tradición y su generación anterior. Sus libros A quemarropa y Un monstruo no debe tener hermanos y otras indiscretas orgías de soledad y desarraigo muestran una trascendencia generacional en su escritura.
Asimismo, destaca Rafael Acevedo quien experimenta con géneros de ciencia ficción en Exquisito cadáver, el género de la narrativa oriental en Flor de ciruelo, la inclusión del género del reguetón en Guaya guaya, y la retoma de la tradición en Elegía franca. A Acevedo se puede incluir en la vanguardia puertorriqueña.

Los escritores de la generación del ochenta puede decirse que han forjado una escuela y estilos literarios que han sentado de bases para los escritores noveles. De allí que eventos como De-generaciones, unas lecturas poéticas que se gestaron por la isla para la década del 2000 sirvieran de enlace y diálogo entre las generaciones del ochenta y del noventa.

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